Conversación
con Liliana Colanzi vía Facebook, un lunes de octubre. Hablamos de Bolivia,
literatura, política y feminismo.
PS. Lili,
¿volverías a vivir en Bolivia?
LC. Volvería
si supiera que puedo trabajar en algo que no sea un partido político. Pero como
eso está bastante verde, creo que por ahora no.
PS. Si
terminas el doctorado y te ofrecen un trabajo que consideres interesante,
¿volverías? Quiero saber si después de vivir tanto fuera, todavía ves a Bolivia
como un lugar en el que podrías estabilizarte, teniendo en cuenta todas sus
características.
LC. Claro
que sí, a mí me encantaría volver, y de hecho, siento que hay muchas más cosas
por hacer en Bolivia que en EE.UU, por ejemplo; pero también quiero sacarle provecho
a todas las oportunidades que tengo acá.
PS. ¿Qué
cosas harías?, en una situación ideal que te lo permita…
LC. Me
encantaría trabajar en un taller de escritura creativa o en un programa
académico de literatura. Santa Cruz debería tener su carrera de literatura, ahí
yo enseñaría feliz.
PS. Si
Santa Cruz hubiera tenido la carrera cuando saliste bachiller, ¿habrías optado
por estudiar literatura?
LC. Por
supuesto, si escogí Comunicación fue porque era lo más cercano a la escritura
que tenía la UPSA, a la que entré con una beca. Y lo que me parece más
sorprendente es que en toda la carrera nunca me exigieron leer un libro
completo. Leíamos capítulos sueltos, a veces ni eso, solo resúmenes que hacían
los profesores. Pero me pregunto cómo habría sido estudiar filología en la
Gabriel.
PS. Yo hice
filología tres años, a la par de psicología. En mi caso, no era lo que buscaba.
Y creo que también escogí psicología porque no tenía otra opción.
LC. Y
bueno, contestando tu pregunta anterior, creo que también sería muy feliz si
pudiera vivir de free lance y dedicarme a escribir el resto del tiempo. Y, ¿qué
enfoque tenía filología?
PS. En esos
tres años aprendí a editar textos, digamos; lo cual me gusta mucho y agradezco,
pero no se acercaba, ni de lejos a la idea que tenía de una carrera de
literatura.
Observo de
cerca tu participación en Facebook y Twitter, y siempre estás involucrada con
temas políticos. ¿Cuál es tu opinión de las redes sociales y su incidencia
política, social o su capacidad de cambio? Te lo pregunto porque tú estás fuera
del país, pero de alguna manera, siempre estás acá, siempre opinando,
criticando, diciendo; lo que me parece que requiere grandes esfuerzos. Vivir en
otro país es como vivir en dos lugares al mismo tiempo, ¿o me equivoco? Por
otro lado, tu voz es poderosa, tienes a mucha gente pendiente, eres una líder
de opinión, diríamos desde la comunicación y la psicología. ¿Eres conciente de
eso?
LC. En
realidad me molesta que toda la política que hago es feisbukera, no tiene
trascendencia fuera de las redes sociales.
PS. ¿Crees
que eso no tiene valor? ¿En qué otros espacios podrías hacerlo y sentirte
cómoda?
LC. Quizás
me hace sentir mejor pensar que, después de todo, la gente pasa más tiempo que
nunca en las redes sociales y que la realidad virtual tiene un impacto en la
otra realidad; pero igual me gustaría tener más valor o más compromiso para
hacer más cosas. Admiro a gente que sí tiene presencia en su comunidad y que
pone el cuerpo por lo que cree. Gente como María Galindo o Alison Spedding o
Julieta Paredes o Silvia Rivera. Lamentablemente, mi única comunidad es la
virtual, y eso es una fantasía, un espejismo. Eso es lo malo de la sociedad norteamericana:
acá el sistema te aísla tanto que una termina sin conocer a sus vecinos.
PS.
Entonces, si no me equivoco al interpretarte, te gustaría tomar el rol de
activista. Por los ejemplos que mencionas, ¿la calle es un lugar de lucha o de
trinchera política que no es un espejismo?
LC. Me
interesa mucho lo que pasa en Bolivia, pero tampoco estoy tan informada como
pudiera o debiera, por un lado porque no vivo allá y muchas de las percepciones
que tengo están mediadas por lo que dicen los medios de comunicación, y por
otro porque a veces estoy tan ocupada con las cosas del doctorado que ni
siquiera leo las noticias. Para decirte la verdad, no sé si tomaría el papel de
activista, pero admiro y respeto mucho a la gente que lo hace. Yo siento que mi
llamado está en otra parte, en la escritura, y quizás por ahí se puede hacer
algo. La calle es obviamente un lugar de lucha, pero también el papel es una
trinchera. Y digo: está bien opinar en las redes sociales, pero si querés que
algo quede, necesitás otro soporte, una revista, periódico, libro, fanzine,
graffiti, documental, etc
PS. A ese
lugar quería llegar. Yo siento que tampoco tengo ni las cualidades, ni la
fuerza que se requiere para el activismo, para la calle; sin embargo, pienso
que hay distintas formas de actuar. Sí creo que las redes sociales son un
instrumento poderoso, tan poderoso como lo es la palabra en sí, el atreverse a
decir las cosas y asumir la responsabilidad por aquello que se ha dicho. ¿Qué
opinas?
LC. Yo
diré que las redes sociales son relevantes cuando vea que lo que se dice en
ellas tiene un impacto real en la política: si sirven para tumbar a un alcalde
machista, para debatir una ley, etc. Pero creo que sus repercusiones son muy
limitadas, ¿o qué decís vos?
PS. Yo creo
que deberíamos prepararnos para usarlas más, es cierto que como mencionas,
todavía no existen espacios más oficiales o legítimos para tener repercusiones
masivas, como tendría un artículo de opinión publicado en El Deber, digamos,
pero las redes sociales tienen otras cualidades especiales, como la cercanía y
la posibilidad de interactuar. Las distancias en las redes sociales son más
reducidas. Y además, he visto cómo comentarios tuyos en Facebook han cambiado
la percepción de personas en particular. Lo cual me parece muy grande.
Lili, ¿eres
feminista?
LC. Sí, soy
feminista y me gustaría que algún día esa categoría pudiera ser superada, como
toda categoría; pero no me puedo dar el lujo de no ser feminista con la
realidad que tenemos.
PS. María
Galindo dice que seguirá siendo feminista mientras feminista sea una mala
palabra. ¿Siempre te asumiste como feminista?
LC. Y creo
que María Galindo tiene toda la razón. Y no, claro que no, hubo un tiempo en el
que me autoconvencí de que el machismo no existía.
PS. ¿Por
qué?
LC. Quizás
era una estrategia de supervivencia, porque era muy jodido asumir que la gente
creyera que las mujeres son inferiores, entonces lo más lógico era pensar: no
pueden estar hablando en serio.
PS. ¿Y qué
cambió? ¿Cuándo cambió?
LC. Además,
odiaba ponerme en una posición de víctima, así que mi estrategia fue la de
entrar en el sistema competitivo de los hombres, pero sin cuestionarlo. Te doy
un ejemplo: cuando estaba en el primer semestre de la universidad, había una
compañera que acababa de ser madre y que era la única que no podía juntarse a
la hora que los demás podíamos para hacer un trabajo de grupo y a mí me
emputaba muchísimo. Pensaba: ¿por qué no pensó en cómo se las iba a arreglar
antes de embarazarse?, ¿por qué hay mujeres que se embarazan antes de pensar en
sus estudios?, pero en ningún momento cuestionaba la lógica de una sociedad que
es hostil a la maternidad y que no ofrece ninguna ayuda a las madres; o sea, mi
manera de lidiar con la desigualdad de oportunidades fue interiorizar los
valores masculinos de competitividad, eficiencia y todo lo que tuviera que ver
con niños y familia me daba asco, porque lo veía como una forma de opresión, cuando no tendría que ser opresión, eso no es algo
natural, eso es parte de un sistema. Y bueno,
también vi que, si no hacés algo por cuestionar el orden de las cosas, vas a
terminar sufriendo sus consecuencias.
PS. Me
interesa mucho esta forma de pensar, este cambio de estrategia, porque por lo
que me cuentas, siempre fuiste feminista, solo que no querías asumirte como
tal. Entonces, en algún momento cambió todo, ¿hubo algún detonador
específico?, ¿o fue más bien un proceso paulatino?
LC. Fue de a
poco. Lo que pasa es que el primer feminismo con el que tuve contacto fue uno
más enfocado en "la guerra de los sexos". Que fue muy útil, porque me
hizo ver el sistema de opresión hacia las mujeres a través de instituciones
como la iglesia, la familia y el Estado, pero
que al fin y al cabo terminaba asumiendo una postura masculina, quizás
inconscientemente. Eso fue a través
de una profesora lesbiana que tuve el primer semestre en la U, ella tenía una
actitud bastante bélica, y que me pasó varios libros, entre ellos uno muy
controversial sobre experiencias de madres que odiaban a sus hijos y eso, en
una sociedad que se basa en el amor incondicional y la abnegación absoluta de
la madre hacia los hijos, era bastante revolucionario; pero igual algo ahí no
encajaba, no me gustaba la vía bélica, o sea, la cuestión de la guerra de los
sexos. Más que lecturas, lo que me terminó de convencer fueron
situaciones muy extremas de violencia de género que no pude ignorar en amigas,
conocidas, en las noticias, desde múltiples experiencias de manoseos de
desconocidos en la calle, de las que han sido víctimas mujeres que conozco,
hasta abusos de profesores de colegio, profesores universitarios, jefes,
figuras de autoridad, y es algo que se manifiesta en acciones violentas pero
también en una ideología violenta que pasa por chistes denigrantes, de que la
mujer es chismosa o excesivamente celosa o mala amiga de sus amigas o gorda o
fea. Por ejemplo, existe la idea de que las
mujeres somos las dueñas de la palabra, de que hablamos por demás, cuando la experiencia demuestra que los lugares de
enunciación que de verdad cuentan los tienen los hombres: son la mayoría de las
figuras públicas, los presidentes, los jueces, los abogados, los académicos.
PS. Y sí, y
de ahí viene nuestro querer desvincularnos totalmente de todo lo que
aparentemente nos aleja de esa realización profesional o de libertad que nos es
negada, casi como un mandato.
LC. Claro, y
ahí está el error: en asumir las dinámicas masculinas. En mi opinión es tan
perjudicial la dinámica que mantiene a una mujer como madresposa,
atada al marido, sin independencia de ningún tipo, como la que induce a una
mujer a entrar en un sistema capitalista salvaje en el que se somete a
condiciones esclavizantes de trabajo, y en la que renuncia a tener una familia
solo por el afán de ser más competitiva. Ninguno de esos dos escenarios
cuestiona la lógica de fondo.
PS. Y esa,
la segunda figura, es la que se asume como feminista, igual que tu profesora de
la universidad, que tenía una visión bastante agresiva. Muchas personas, muchas
mujeres le tienen miedo a la palabra feminismo-feminista, porque no lo conocen,
por falta de información, por confusión. ¿Crees que esto pueda tener solución o
la necesite? ¿Crees que asumirse como feminista es necesario para el cambio?
LC. No creo
que sea necesario, porque incluso dentro del feminismo hay muchísimas posturas
diversas, no es un movimiento homogéneo. Domitila Chungara decía que se sentía
más cercana al movimiento campesino que, por ejemplo, a las feministas europeas
y Zizek decía que el hecho de que haya mujeres que sientan que no les hace
falta el feminismo es un logro para el feminismo, no al revés.
PS. Quizá
Domitila no estaba consciente de estar siendo parte de un feminismo campesino.
LC. Y pasó
lo mismo en Brasil en los años 60 con las feministas negras que decían que eran
violadas por los hombres negros y por las mujeres blancas, es necesario estar
consciente de esas diferencias, porque no se lee igual el feminismo en todas
partes. Pero no sé, ¿qué pensás vos?
PS. Claro,
pero esa era o es una cuestión de conceptos, de asumirlos o no. De situaciones
particulares y fundacionales. ¿O no crees que Domitila era feminista? Quizá en
esta pregunta entro a otro campo, pero me interesa el poder de la palabra.
Porque la problemática machista es transversal a todo, a la clase social, a la
etnicidad, a todas las épocas. Es una problemática que también afecta a la
economía y a la política en general.
LC. Creo que
Domitila era feminista, pero de un feminismo campesino, así que cuando en los
debates de los 70 se hablaba de la emancipación femenina, de ser independiente,
ella tenía una noción de familia, que es como funciona el sistema campesino.
PS. Mi gran
inquietud radica en que a veces siento que la palabra "feminismo" nos
juega en contra. Cuando conversamos con Alejandra Alarcón, hablamos de
destruirlo todo, esto, aquello, el feminismo incluso. Pero luego, ¿hacer qué?
Sería básicamente lo mismo, pero con otro nombre. Rondamos también el tema del
post feminismo, pero a mi parecer en Bolivia y en muchas partes del mundo
estamos lejos de eso, sería como saltar etapas. ¿Qué piensas?
LC.
Desconfío de los "post". Espero que algún día no haga falta asumirse
como feminista, pero creo que es algo que no vamos a ver en nuestras vidas, y
ni siquiera sé si algún día va a ser superado completamente, como el racismo,
que siempre toma nuevas e inesperadas formas, así que feministas nomás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario